Un sexo llamado débil

Vosotras sabéis que os dedico el libro, aunque omita vuestros nombres. Citaros se prestaría a elucubraciones, por lo menos, indiscretas. Bien sé que estáis, conmigo, por encima de los turbios menesteres de las lenguas; pero no quiero dar pábulo a quienes gozarían destrozándoos. Me rogasteis que lo contara todo y he tratado de hacerlo con valentía y lealtad, olvidando que pudiera tener molino propio a donde querer llevar el agua, respetando vuestro pensamiento, procurando comprender vuestras reacciones, interpretando con imparcial rigor los datos concernientes a las personas que no me fue dado conocer.
No estoy de acuerdo en todo, amigas mías; pero, en el fondo, algo me inclina a daros la razón, ¡sois tan maravillosamente jóvenes, a pesar de los pesares!... Entre risas y lágrimas me habéis enriquecido. Juzgad ahora el resultado. Y muchas gracias.